El mar

12 junio, 2020
12 junio, 2020 david

El mar

El tiempo lento de las cosas (IV)

El eco de tu última carta me llega cerca del mar. Son palabras que custodio en mi bandeja de entrada como un tesoro, y que regresan a mí cada tanto, hasta que me siento y escribo ¿en respuesta? Tal vez. Sí, claro. Siempre estamos respondiendo a algo. A la tormenta, por ejemplo.

A las ráfagas violentas de una naturaleza, ¿la humana, quizá?, que se sacude y evoluciona con el conflicto cuando estalla en forma de terremoto. Me abres la puerta a tus horas invisibles, las transcurridas en la zona franca de las relaciones, el territorio frágil de las despedidas. Y te deseo suerte, hermano. Aquí, frente al mar, del que hoy me apetece hablar.

Del mar de mis canciones frente al mar de mi hija, que es, y espero siga siendo, el mar de su madre. Porque el mar de mis canciones es el de los naufragios, los piratas que hunden a cañonazos su propia barca; el de los que huyen para dejar atrás sufrimientos y carencias, con la esperanza de una vida nueva que se da de bruces con la intolerancia y el egoísmo al alcanzar la otra orilla. Mi mar es el del navío perdido en alta mar, fuera de control, sin capitán que se haga con el timón.

Es cierto, y justo es mencionarlo, que el mar de mi historia es el escenario de hechos fundamentales, el marco de vivencias muy intensas. Es el mar de los acantilados y las decisiones que requieren valor, aquellas en las que elijas la opción que elijas, has de pagar un precio elevado. Y sí, en ese sentido, mi mar es también el mar de la libertad.

Pero el mar de mi hija, a día de hoy, es el mar de su madre; el de los veranos, las vacaciones, el del tiempo sin reloj. El mar de las mujeres, de la nube matriarcal y los vestidos vaporosos. Arena y agua salada. Nada más, y nada menos. Castillos, olas, helados; una nevera, la sombrilla, los bocadillos y las galletas María. Estampas felices para el álbum de la memoria. Bucear, ver peces, hacer la croqueta. Y pronto, mucho antes de lo que deseo, será el mar de la adolescencia, las noches eternas y las primeras veces.

Trato de disimular, pero en el fondo sé que lo nota. No le pone palabras, pero estoy seguro de que percibe un atisbo de incomodidad en su padre, cómo me recorre una ráfaga de intranquilidad de vez en cuando mientras jugamos en la playa. Un estado de alarma con concesiones, cada vez más frecuentes, gracias precisamente a ellas, que me están regalando el mar de sus infancias a base de días juntos bajo el sol. Días radiantes.

Leí “La playa del horizonte” gracias a tu recomendación. Años después me hice con “El niño descalzo” y disfruté de ese mar de la infancia de Juan Cruz. Y te contaré un pequeño secreto: hay ratos que lo consigo, que logro desnudarme y jugar en la arena, sin preocuparme de nada; que me río a carcajadas y sólo siento hambre o sed, sueño o ganas de saltar. Y que me abrazan.

Y que me dejo.

Cabo de Palos, 12 de junio de 2020.

@DAVIDMOYAMUSICA